
Inaugurado en 2006 en la Plaza Juárez, en pleno Centro Histórico de la Ciudad de México, el Museo Memoria y Tolerancia se dedica a preservar la memoria de las víctimas del Holocausto y de otros genocidios.
Rinde homenaje a quienes sufrieron y, además, educa a las nuevas generaciones para incentivar e implementar el ejercicio de la memoria.
Su diseño innovador cargado de simbolismo y sus exhibiciones convierten al museo en un lugar de reflexión y aprendizaje. Colabora como miembro de la red Fihrm con otras instituciones de la región para fortalecer la memoria histórica y la defensa de los derechos humanos.
En el museo ocupa un lugar significativo el memorial dedicado a los niños que fueron y son víctimas de genocidio en todo el mundo. La obra es del artista neerlandés — que ha vivido y trabajado en el país desde hace décadas — Jan Hendrix y busca honrar la memoria de las pequeñas víctimas.
Está constituida por 20.000 cristales con forma de lágrimas y se ubica, dentro del espacio, en el sector de tránsito de los visitantes hacia la sala dedicada a la Tolerancia.
México y la tradición del arte comprometido
El ejercicio de memoria crítica también se efectiviza a través del arte. México produjo artistas que dialogaron de modo sensible con su contexto histórico y legaron al mundo obras comprometidas asociadas al testimonio y la denuncia de las injusticias sociales.
En la capital mexicana, el popular parque de la Alameda es considerado un museo al aire libre por sus numerosas obras de arte. Este famoso paseo del centro histórico de la ciudad (cuya traza inicial data del año 1592 y por eso resulta el jardín público más antiguo de ese país).
En este recinto cultural multifuncional, el más importante de México, la sección propiamente dicha del museo de arte exhibe de forma permanente murales de Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco, entre otros.
El muralismo mexicano es un arte de denuncia que surgió tras la Revolución y utilizó los muros de edificios públicos como lienzo para expresar críticas sobre la injusticia y la opresión, además de reivindicar la herencia indígena y la identidad nacional. Los artistas que formaron parte del movimiento crearon obras monumentales para educar, generar conciencia y fortalecer el tejido social.
El Museo Mural Diego Rivera se construyó en 1986, con el objetivo de albergar la obra que originariamente se encontraba en el Hotel del Prado y sufrió graves daños en el terremoto del año anterior. Se lo sometió a un proceso complejo de recuperación y traslado; una vez en su nuevo emplazamiento, el edificio del museo y sus instalaciones fueron construidos alrededor del mural. Se accede al Museo desde un sector de la Alameda. La concurrencia y circulación masivas en este espacio público es marco para la difusión de obras que también indagan, desde el compromiso artístico, en lo social y comunitario.

Coyoacán: la Casa Azul, hoy Museo Frida Kahlo
La Casa Azul es la casa natal de Frida Kahlo. La artista residió allí junto a Diego Rivera y hoy puede ser visitada ya que allí funciona el Museo Frida Kahlo.
La casa es de la familia Kahlo desde principios del 1900. El padre de la pintora, el fotógrafo Guillermo Kahlo, la construyó según la usanza de la época, con un patio central con los cuartos rodeándolo y el exterior, afrancesado. Con posterioridad, fueron Frida y Rivera quienes le imprimieron lo que hoy es su sello particular: los colores y la decoración popular que transmiten la admiración por los pueblos originarios de México. En 1958, de acuerdo con la voluntad de Rivera –quien, a su vez, respetó el deseo de Frida– se abrió la propiedad al público, convirtiéndola en museo.
En un sector del jardín, en la pirámide, pueden verse piezas prehispánicas. Cruzándolo, en un edificio anexo, entre otros objetos personales se exhibe en vitrinas la ropa de Frida, quien se caracterizó por llevar vestimentas típicas regionales de su país, en especial los trajes de Tehuana. Estos son propios de las mujeres zapotecas y están formados por tres partes: un huipil o blusa geométrica, una falda larga con enaguas, y un tocado floral, muchas veces complementado con aros y collares. La exposición explora la identidad de la pintora, expresada a través de la imagen visual que construyó con la elección de su ropa. Al igual que en la decoración de la casa (platos, vajillas, etc.), la ropa de Frida revela la influencia de la cultura mexicana, especialmente de sus pueblos originarios y el respeto y admiración hacia ellos.