El Met de Nueva York impulsa el debate de la propiedad cultural y rastrea la procedencia de sus fondos artísticos

Nota extraída del diario EL PAÍS

Por MARÍA ANTONIA SÁNCHEZ-VALLEJO

El Museo Metropolitano de Arte de Nueva York (Met) contará con un equipo de cuatro expertos encargados de rastrear el origen de piezas sospechosas, procedentes de saqueos o expolios. La presión de Gobiernos extranjeros y actuaciones judiciales contra el tráfico ilegal de obras de arte han empujado al museo a una revisión de sus fondos, en marcha desde hace tiempo en un contexto global de relectura crítica de la historia: los últimos coletazos de la descolonización se encarnan hoy día en el viaje de retorno de mármoles, cráteras o bronces al lugar del que fueron arrancados. La creación del equipo de rastreadores, un esfuerzo complementario a la labor de los conservadores e investigadores del museo durante décadas, obedece en parte a contenciosos como el que la institución mantiene con Camboya. Se trata, en suma, de redefinir el concepto de propiedad cultural y de hacerlo, por primera vez, de forma sistemática.

“Con la aparición de nueva información y el clima cambiante en torno a los bienes culturales, debemos ser proactivos y deliberados en nuestro enfoque, y dedicar los recursos y la atención necesarios a esta labor. Las iniciativas que estamos emprendiendo, impulsadas por los principios rectores de investigación, transparencia y colaboración, trazan el camino a seguir en este territorio tan complejo y señalan al mundo que estamos comprometidos a ser un participante comprometido y proactivo en los debates en curso, así como un lugar excepcional para conocer y aprender sobre las culturas del mundo”, explica a EL PAÍS Max Hollein, director del Met, mientras subraya la preeminencia de la institución en la cultura global. “Como guardián de cerca de 1,5 millones de obras de arte de más de 5.000 años de creatividad humana, y como voz destacada en materia de arte y patrimonio cultural, es fundamental que el museo se implique intensamente en este tema”, añade.

En una carta a la plantilla y en un artículo colgado en la web del museo bajo el título de Reflexiones sobre la colección del Met y la propiedad cultural, Hollein planteaba a primeros de mayo la necesidad de responder al creciente escrutinio sobre los fondos. La discusión sobre la misión crítica de los museos quedaba lanzada.

El Met no es el único museo inmerso en este debate, que tampoco es nuevo. Reivindicaciones sempiternas, como la de Grecia para repatriar los mármoles del Partenón desde el Reino Unido o la reciente devolución de Alemania a Nigeria de bronces de Benín, definen un panorama agitado, cada vez más militante por parte de países agraviados, que creen mermado su patrimonio. Sospechas sobre un posible expolio, o el lucrativo contrabando, empañan la presencia en numerosos museos de obras procedentes de otras latitudes y otras épocas. Además de una revisión académica, obedece también, en muchos casos, a un imperativo legal, como recuerda la fiscalía de Manhattan y su incansable búsqueda de arte robado.

La oficina del fiscal de distrito de Manhattan se ha incautado de docenas de antigüedades de sus fondos para devolverlas a Turquía, Egipto e Italia, entre otros. En 2008, el Met restituyó a este último país la famosa crátera de Eufronio, adquirida en 1972 por un millón de dólares. El año pasado, devolvió 45 objetos a diversos países, intentando atajar las críticas de que no había actuado con la suficiente diligencia. “A pesar de la urgencia que pueda sugerir el entorno mediático, debemos ser diligentes, reflexivos y justos en nuestra evaluación de cualquier prueba que se nos presente”, apuntaba 0Hollein en el artículo. “Estamos comprometidos a hacerlo bien, e igualmente comprometidos a tomarnos el tiempo necesario para hacerlo”.

Hace solo unos días, la fiscalía anunció la devolución a Irak de dos piezas, saqueadas de la antigua ciudad de Uruk durante la Guerra del Golfo. Una de ellas, una figura sumeria de un toro de alabastro, pertenecía a Shelby White, miembro de la junta del Met; la otra, a un traficante de antigüedades. “No permitiremos que la ciudad de Nueva York sea un puerto seguro para objetos culturales robados”, tuiteó el fiscal de Manhattan, Alvin Bragg. Dos meses antes, en marzo, una treintena de obras pertenecientes también a White y valoradas en unos 20 millones de dólares (18,6 millones de euros) fueron devueltas a Grecia.

La unidad de Tráfico de Antigüedades de la fiscalía, dirigida por el incansable sabueso Matthew Bogdanos, se ha empleado a fondo en los últimos meses. En septiembre, se incautó de 27 objetos valorados en más de 13 millones de dólares, entre ellos un valioso kylix (cerámica) griega. En marzo, requisó una estatua de bronce sin cabeza del emperador romano Septimio Severo, del año 225, valorada en 25 millones de dólares. Había presidido las galerías griega y romana del museo durante años.

Colaboración con la fiscalía

La aparente urgencia del Met en rastrear el origen de algunas piezas no está motivada sin embargo por la actuación judicial, según su director. “Mantenemos un diálogo constante y a veces nos enfrentamos a pruebas que no habíamos visto, lo que nos hace movernos”, explica Hollein. “Hay colaboración. No creo que nuestros esfuerzos se opongan a los del fiscal del distrito o que debamos dar un paso adelante porque ellos lo hayan dado”.

La profesora Elizabeth Marlowe, directora del programa de estudios museísticos de la Universidad Colgate, considera que el clamor de la opinión pública y la fiscalía han ejercido una clara presión. “Creo que el Met está aceptando, por fin que, en los últimos años la opinión pública se ha decantado totalmente por la restitución en casos de claro delito. En los últimos años también, la fiscalía de Manhattan se ha mostrado muy proactiva en los casos de obras de arte expoliadas y no teme perseguir los bienes más preciados de la institución cultural más importante de la ciudad”.

Marlowe cita dos casos, los de obras khmer de Camboya y los bronces de Benín, como hitos de la revisión. “Estudiosos y periodistas han realizado una importante labor para destapar historias como el escandaloso saqueo de templos camboyanos por parte de Douglas Latchford [imputado en 2019 en Nueva York por falsificar el origen de piezas, murió al año siguiente]. Las redes sociales han desempeñado un papel fundamental a la hora de mantener la atención pública sobre este asunto y sobre casos como el de los bronces de Benín. Las galerías africanas del Met están actualmente cerradas, y se están reinstalando por primera vez en más de 30 años. ¿Van a crear una nueva distribución en torno a su colección de 160 bronces de Benín, o van a devolverlos a Nigeria, como han hecho el Smithsonian y los museos estatales alemanes y muchas otras instituciones? El tiempo lo dirá”.

En efecto, las tres galerías de arte africano, así como las de arte antiguo americano y arte oceánico, han cerrado temporalmente por un “proyecto de renovación que revisará estas colecciones para una nueva generación de visitantes”, dice su web. Sobre los bronces de Benín, el Met ha dado algunos pasos, devolviendo a comienzos de año tres piezas a Lagos, en el marco de una colaboración con el Ministerio de Cultura de Nigeria, similar a la establecida con Sicilia o con Grecia, en este caso mediante un acuerdo histórico: la preciosa colección de 161 piezas de arte cicládico del coleccionista Leonard Stern, que se exhibirá en el Met pero es propiedad de Grecia. Las 15 piezas más importantes de la colección atesorada por Stern durante más de 40 años se pueden ver hasta octubre en el museo de Arte Cicládico de Atenas, en una muestra de título revelador: Volviendo a casa. Tesoros cicládicos en su viaje de regreso. En enero, serán acogidas por el Met durante 25 años, aunque el título de propiedad corresponda a Grecia. La diplomacia cultural se abre camino como alternativa a litigios y demandas. Dos exposiciones que se inaugurarán en julio, una sobre los orígenes del arte budista en la India y otra sobre la alfarería Pueblo —comisariada por nativos de esa tribu originaria—, confirman la vía de la colaboración.

Además de la depuración de responsabilidades sobre objetos robados o traficados, está sobre la mesa una definición acorde con los tiempos del concepto de propiedad cultural, un debate nada ajeno a la revisión crítica de la historia. Ello pasa por demostrar que las obras no siempre se han obtenido explotando a sociedades lastradas por la pobreza, el colonialismo, la guerra o la inestabilidad política: sino un arte justo, como correlato cultural del comercio justo de países en desarrollo. El Met pone el foco en los objetos adquiridos entre 1970 y 1990, en el que la trazabilidad era muy laxa. La fecha de inicio en 1970 no es un marco teórico, pues se corresponde con un tratado de la Unesco que pretendía acabar con el comercio ilícito de antigüedades y cuyo cumplimiento ha sido irregular, incompleto.

La mayoría de las piezas que Camboya reclama al Met salieron del país en los setenta, cuando la inestabilidad política y el genocidio jemer impedían canales de interlocución. Phnom Penh reivindica al menos 45 objetos presuntamente robados de yacimientos en esa época, durante la que otros países culminaban procesos de descolonización que también favorecieron la dispersión de obras artísticas. El Met ha retirado varios objetos de la sala dedicada al arte khmer, pero ha rehusado mostrar los documentos que respaldarían —o contradirían— su legítima adquisición y a cambio pide a su interlocutor pruebas que respalden su reclamación. El contencioso con Phnom Penh continúa.

No ajeno al debate, un factor ulterior —el identitario, imposible orillarlo en una época definida por los discursos y las políticas de autoidentificación—, añade combustible a la ecuación. “Vivimos en una época”, apunta Hollein en el artículo, “en la que se cuestiona la idea de una sociedad cosmopolita y global, y algunas voces más nacionalistas abrazan los objetos culturales menos como embajadores de un pueblo que como pruebas de la identidad nacional”. Muchos son los elementos en juego a la hora de emprender una relectura crítica de los museos para acabar con la vieja museografía, heredada casi sin cambios de las grandes expediciones culturales del siglo XIX. Para formular, en suma, una nueva definición de museo, más allá de la de contenedor que guarda objetos. “El Met pretende compartir y contextualizar [las obras] para que la gente entienda más sobre ellas”, escribe Hollein. Sin cabida para las sospechosas.

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