El Reino Unido devuelve a Etiopía un mechón del príncipe Alemayehu 140 años después de su traslado forzoso al país

Nota extraída del diario El País
Por RAFA DE MIGUEL

La sociedad británica ha demostrado en ocasiones más rapidez que sus instituciones de gobierno a la hora de reparar los daños de un largo periodo de dominio colonial en el mundo, aunque sea con pequeños gestos más simbólicos que otra cosa. El jueves, en una ceremonia discreta que tuvo lugar en Londres, el embajador de Etiopía en el Reino Unido, Teferi Melesse, recibió un mechón del cabello del príncipe etíope Alemayehu. El joven fue arrebatado de su tierra en 1868 cuando tenía siete años y enterrado a los 18 en la capilla de San Jorge del castillo de Windsor, propiedad de la familia real británica.

Sus familiares, descendientes del rey Teodoro II (negus negusti o emperador de Abisinia, en lengua amárica), y el propio Gobierno etíope, reclaman incesantemente el regreso de Alemayehu. El palacio de Buckingham se ha resistido hasta la fecha a devolver sus restos, con el argumento de que no es posible hacerlo “sin alterar el descanso y la paz de un gran número de fallecidos que permanecen también enterrados allí”.

La persona que poseía ese resto de Alemayehu era Leoni Turner, una descendiente del capitán Tristam Speedy, uno de los principales responsables del asalto a la fortaleza de Magdala, en 1868, bajo el mando de Robert Napier, oficial del ejército del Raj británico (el Gobierno colonial de la corona británica sobre el subcontinente indio). A través de la Fundación Scheherazade, volcada en tender puentes entre culturas, tanto el mechón como gran parte del saqueo de Magdala han sido devueltos al Gobierno etíope.

“Se trata de un paso importante para lograr una justicia de reparación, y un modo excelente de construir mejores relaciones de colaboración entre las instituciones británicas y etíopes”, ha dicho a la BBC Alula Pankhurst, miembro de la Comisión Nacional para la Restauración del Legado de Etiopía. Pero también ha dejado claro que se trata, según su perspectiva, de un primer paso.

El capitán Tristam Speedy con el príncipe Alemayehu. THE ROYAL PHOTOGRAPHIC SOCIETY COLLECTION (VICTORIA AND ALBERT MUSEUM, LONDON / GETTY)

El secuestro del príncipe

En 1868, el emperador Teodoro II, irritado por la falta de respuesta de la reina Victoria a la carta en la que sugería una alianza de los dos imperios, así como la petición de munición, armamento y expertos militares, acabó capturando y manteniendo como rehenes a varios misioneros y diplomáticos europeos en la ciudad de Magdala, entre ellos al cónsul británico. “Lo que ocurrió a continuación puede ser descrito como una lluvia de fuego, y una de las mayores orgías de saqueo y rapiña llevadas a cabo en nombre del imperio británico”, relató hace años la escritora etíope-estadounidense Maaza Mengiste.

La historia cuenta que el emperador Teodoro se suicidó de un disparo en la boca, en medio de los miles de muertos a manos de los británicos en la batalla de Magdala. Para reforzar su seguridad en el viaje de regreso, la expedición capturó a la emperatriz Tiruwork Wube, esposa de Teodoro, y a su hijo, el príncipe Alemayehu, que tenía entonces siete años. La emperatriz murió durante la travesía de regreso a Inglaterra, a bordo del Feroze. La reina Victoria se encariñó con el pequeño príncipe y con su gesto melancólico —que nunca lo abandonó— cuando lo conoció en la isla de Wight, donde solía descansar. Acordó dejar al primer niño secuestrado por el imperio y arrebatado de su tierra en manos del capitán Speedy. Hombre extraño, siempre ataviado con ropas orientales, acostumbrado incluso a dormir en la misma cama que el príncipe, se lo llevó con él de viaje por medio mundo hasta que el palacio de Buckingham decidió que el pequeño necesitaba una educación formal.

Fue enviado al colegio privado Rugby, y poco después a la Academia Militar Real de Sandhurst. En ambos sitios sufrió acoso y fue un niño desdichado. Al cumplir los 18 años y perder la manutención real, Speedy decidió dejarlo en manos del doctor Arthur Ransome, en la localidad inglesa de Leeds. Murió poco después de una pleuresía, convencido de que alguien lo había envenenado y sin dejar de añorar su Etiopía natal. «Muy dolorida y conmocionada al haber sabido, a través de un telegrama, del fallecimiento esta misma mañana del bueno de Alemayehu”, escribió en su diario la reina Victoria. “¡Es tan triste! Tan solo, en un país extraño, sin un solo familiar (…) Su vida no fue feliz. Llena de dificultades de todo tipo. Tan sensible, siempre pensando que la gente le miraba fijamente por el color de su piel. Todos estamos muy tristes”, concluía la monarca.

Decidió darle entierro en la capilla de San Jorge, en el castillo de Windsor. Pero no en la cripta real donde descansan los restos de Enrique VIII o de Isabel II, sino en las catacumbas adyacentes a la capilla. “Una placa de bronce en la nave central de San Jorge contiene las palabras escritas por la propia reina Victoria, ‘era un extraño y me acogiste en tu interior’. Pero el cuerpo de Alemayehu descansa en la cripta de ladrillos que hay fuera de la capilla. Él no fue acogido ‘en el interior”, ha denunciado Lemn Sissay, autor y locutor británico de origen etíope.

Ya en marzo de 2019, el Reino Unido hizo entrega, en el Museo Nacional del Ejército en Londres, de un mechón del cabello del emperador Teodoro II a una delegación del Gobierno etíope.

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