La artista brasileña Rosana Paulino sutura la herida de la esclavitud

Nota extraída del diario El País
Por CONSTANZA LAMBERTUCCI

La artista brasileña Rosana Paulino recuperó del álbum familiar los rostros negros de sus antepasados. Los amplificó, los imprimió sobre tela y cosió los retazos con punzadas visibles —como le enseñó su madre— para formar pequeños sacos que protegen a quienes los portan, según la creencia candomblé. Paulino dispuso 1.500 de esos amuletos, llamados patuás, en un mural que hace 30 años le abrió las puertas al circuito de arte de Brasil y le permitió abordar su tema recurrente: el trauma de la esclavitud y la reconstrucción de los afectos de los millones de personas que fueron trasladadas de África a América durante más de tres siglos. La exploración que continuó a través de su obra se puede ver en una exposición que inaugura este viernes el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, que por primera vez dedica una antología a un artista negro.

Parada delante del mural de siete metros de ancho que se exhibe hasta el 10 de junio en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires, Paulino es breve al hablar de Parede da memoria (1994) porque prefiere que los espectadores se acerquen a ver. Cuenta que esas son las fotos repetidas de 11 de sus antepasados, pero que suya no hay ninguna porque su genética, de alguna forma, ya está allí. Cuenta también que la obra habla “de la fuerza de la comunidad”: “Es mi memoria, es la de mi familia, es la de la gente negra. Pueden ignorar a una de estas personas, pero no pueden ignorar 1.500 pares de ojos sobre ustedes”. Esta pieza, que Paulino considera la primera de su carrera, comparte sala con las últimas, un tríptico y una serie de pinturas de mujeres con bromelias en la boca y pies hechos raíces que se transforman en manglares.

Entre la primera obra y las últimas, Paulino, que nació en la periferia de Sao Paulo hace 57 años y es doctora en Artes Visuales, despliega su práctica. Los curadores de la exposición, Andrea Giunta e Igor Simões, eligieron mostrar 80 piezas en Buenos Aires, en la exhibición más completa que se realiza de la artista fuera de Brasil, y titular la muestra Amefricana, en referencia a un concepto de la filósofa Lélia Gonzáles. Cuatro de las piezas pertenecen a la colección privada del Malba. La selección presenta grabados de la artista —su especialidad—, bordados, instalaciones, dibujos, esculturas y un video. Recientemente, para crear ¿História natural? (2016), un libro hecho de imágenes transferidas sobre papel y tela que revisa los conceptos de progreso o ciencia, Paulino empezó a investigar también nuevas posibilidades a través de la tecnología.

El recorrido que proponen los curadores no tiene núcleos temáticos ni avanza de forma cronológica, sino que gira siempre en torno a una cuestión: la presencia negra en Brasil y el resto de América. Para esto, la artista usa archivos personales y archivos históricos, muchos de los cuales fueron quemados tras la abolición de la esclavitud en Brasil en 1888. Sin embargo, avisan los curadores, “este acto no implicó el borramiento del pasado” ni la práctica de Paulino, que dispara preguntas sobre el lugar de las mujeres negras en la estructura colonial y el funcionamiento de los mecanismos de exclusión hoy.

La artista ha trabajado, por ejemplo, con imágenes tomadas por el fotógrafo August Stahl, que en el siglo XIX fue contratado por un científico, Louis Agassis, para demostrar jerarquías entre humanos. A la artista, esas fotografías le permiten explorar “cómo la ciencia fue usada para justificar la esclavitud”. El archivo es central en obras como Assentamento (2013). La instalación muestra imágenes de una mujer recortadas de lado a lado y después suturadas sin que las partes encajen perfectamente. “El trauma está acá, donde no se cierra. Este es el trauma de Brasil y de la gente negra. Estas personas se hicieron nuevamente porque lo hacían o moría”, dice Paulino. En la sala, suena el ruido del mar, como el que escuchaban desde los barcos las personas esclavizadas, y hay hogueras con réplicas de brazos.

El archivo y otros recursos, como las cintas, el pelo sintético o los azulejos portugueses, le permiten a Paulino indagar también en “la subjetividad de las mujeres negras”. Lo hizo, por ejemplo, en una obra sin título de 2006 en la que la artista encapsuló fragmentos de cabellos negros en lentes de microscopio y les asignó nombres de mujeres: Dora, Regina, Teresa… O en Ama de leite (2007), que presenta sobre la pared siluetas de mujeres negras que cuidan niños blancos; de sus pechos salen tiras del color de la leche que llegan a botellas dispuesta en el piso con las fotos de esas mujeres en el interior. “Si intentan ver las imágenes en las botellas, necesitan doblar sus rodillas porque están muy abajo. Es una forma de hacer una reverencia y mostrar que estas mujeres fueron personas”, dice Paulino y se agacha.

“Un punto de giro en la historia del arte brasileño”

Igor Simões, curador y especialista en diáspora africana, cree que Paulino “es un punto de giro en la historia del arte brasileño”: “Si hoy se ve una presencia mucho mayor de artistas, curadores o investigadores negros, es porque este campo, en Brasil, se ha abierto por la producción de Rosana Paulino”. La muestra que se inaugura este viernes en el Malba es parte del camino que habilita Paulino a más de la mitad de la población del país, que se considera negra o mestiza. Como declaratoria, la artista plantó una bandera sobre el museo argentino, como antes lo hizo en el Museo de Arte de Río. Es una insignia azul y roja que tiene impreso el perfil de una mujer negra; de su boca abierta salen las hojas de una planta y debajo de sus hombros se lee una inscripción: pretuguês, un vocablo que refiere a la apropiación negra de la lengua, según la curadora Andrea Giunta.

Simões destaca la relevancia de que se exhiban los dibujos de Paulino en la muestra porque “son la base de su pensamiento” y muestran “el proceso de sofisticación” de su trabajo. “Es muy importante que se puedan mostrar los procesos de pensamiento de los artistas negros porque por muchos años la producción de artistas negros ha sido encapsulada en la idea de espontaneidad”, dice el curador e invita a observar la serie dibujos que tiene alrededor de insectos en distintas etapas de metamorfosis hechos en grafito y acuarela.

Los dibujos ganan tridimensionalidad en una instalación dispuesta en la misma sala y llamada Telcelãs (2003), una obra poblada por esculturas de arcilla e hilo que son mitad mujer y mitad insecto. Las figuras cuelgan retorcidas de la pared, en plena metamorfosis; debajo, sobre el piso, han dejado sus capullos. “[Las figuras] Parecen haber emergido con la esperanza de escapar a las ataduras de las formas históricas del trabajo negro en el Brasil”, escribe Kanitra Fletcher en un ensayo sobre la obra de Paulino. “Son procesos de resistencia y esperanza. Me interesa la transformación”, aporta la artista, que aprendió a moldear el barro con su madre y su hermana en el patio de su casa, y no se explaya más: “Son sentimientos muy personales, pero hablan de una comunidad. Prefiero que los vean ustedes y piensen sobre esto”.

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