NOTA EXTRAIDA DEL DIARIO EL ESPECTADOR
Rubén Chababo fue uno de los cinco expertos internacionales que formaron parte del Comité Asesor Internacional del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH) desde enero de 2015 hasta noviembre de 2018, fecha en la que renunció el entonces director Gonzalo Sánchez. Desde su experiencia como creador y director del Museo Nacional de la Memoria de Rosario, Argentina, -sobre la dictadura militar- asesoró, entre otras cosas, la elaboración del guion del Museo de la Memoria de Colombia, que el exdirector Darío Acevedo desechó. Actualmente se desempeña como director de la Federación Internacional de Museos de Derechos Humanos en Latinoamérica. Chababo estuvo en Medellín en el coloquio internacional “Hacemos Memoria”, de la Universidad de Antioquia, y desde allí dio algunas recomendaciones a la nueva directora, María Gaitán Valencia.
¿Cómo fue el trabajo de preparación del guion del Museo?
Fue interesante, porque había muchas discusiones. Hacia los últimos años se había llegado a un guion que, si bien no era ciento por ciento consensuado, lograba narrar el conflicto contemplando la visión de los diferentes actores de la manera más acertada y respetuosa posible. Ningún museo en el mundo, con estas características, puede dejar conformes a todos y mucho menos en un caso como el colombiano con tantos y diferentes actores y un tiempo de conflicto tan extendido. Se había llegado a un producto interesante, vinimos a una feria del libro y allí se presentó parte del guion; pasaron cerca de 70 mil personas y recibió buenas críticas. Pero eso tuvo un freno cuando cambió la administración política del país.
¿Qué pasó con su trabajo en el comité?
Presentamos nuestra renuncia. Acompañamos la retirada de Gonzalo Sánchez, ya que era un encargo político. Nadie echó a nadie. Nuestro cargo era ad honórem, veníamos dos veces al año de manera presencial. En los cuatro años de (Iván) Duque, el Centro no estuvo a la altura de las circunstancias. No lo digo desde un punto de vista ideológico o partidario; no me compete opinar sobre la política colombiana. Lo que digo es que la cota que había establecido Gonzalo Sánchez y su equipo era muy alta. Él es una persona con una visión académica y estratégica, y con un conocimiento del conflicto que es reconocido a nivel nacional e internacional, así que ponerse al nivel de él era una tarea difícil, pero no imposible. Colombia tiene intelectuales y gestores de altísimo nivel -María Emma Wills, Marta Nubia Bello por nombrar solo a dos personas-. Hay muchísimos más. De algún modo se dio marcha atrás y el Centro empezó a generar debates que uno consideraba ya superados, ya cerrados. Cuando uno escuchaba al director que reemplazó a Gonzalo sentía que esto estaba haciendo agua por todas partes. El centro se desprestigió en la escena latinoamericana porque la mayoría de los lugares de memoria que habían acompañado su desarrollo empezaron a tomar distancia.
¿Cómo ve a la nueva directora?
Es muy reciente para poder opinar, no conozco todavía los nuevos productos ni las proyecciones que se plantean. Saludo que el tiempo de vigencia del Centro se haya extendido 10 años más, esto implica más tiempo de producción y era lógico que fuera así en un país donde sigue el conflicto, donde hay tanta tarea por hacer, el trabajo con las regiones, con el proceso de paz, con la desmovilización, con la escucha de testimonios, con la pedagogía. Me parece que necesita una dirección estratégica y con voluntad para construir consensos, de escucha, de atención. Debe rodearse de académicos de altísimo nivel que tiene Colombia.
¿Qué recomendaciones le daría a la directora?
Construir consensos implica muchas veces ceder en aquellas cosas en las que uno está muy seguro, pero hay que hacerlo. Hay que saber escuchar y apoyarse sobre lo construido. Insisto en que este país tiene un campo académico tan poderoso al cual hay que escuchar y convocar porque hay gente que tiene ideas y recorridos que le dan solidez a las acciones.
¿Cómo blindar estas instituciones de los cambios de gobierno que fluctúan entre los extremos ideológicos?
Tengo una respuesta que tal vez es ingenua: un concurso para elegir su dirección y que no esté atada a las gestiones políticas, que pueda tener autonomía. Por ejemplo, vengo de ser director del Museo de la Memoria de Rosario y no tenía nada que ver con el alcalde de turno. Me tocó hacerlo en un tiempo en el que había afinidad, pero el alcalde no podía decirme lo que yo debía mostrar o cómo debía mostrarlo. Tener un comité asesor internacional puede ayudar a construir cierta autonomía, que funcione de resguardo de la figura del director, incluso en contextos adversos ideológicamente. Lo que sucede en nuestros países es que en un momento las instituciones florecen y viene otra administración en la que mueren y vuelve otro que tiene que reconstruir las ruinas que dejó el anterior. Eso es agotador.
¿Qué hacer con el guion del museo?
Ya había un guion y lo último que recomendaría sería hacer borrón y cuenta nueva, incluso por cuestión de economía, ya que hay muchos recursos invertidos, hubo discusiones con seriedad académica, también hay mucha sensibilidad. Si hay un guion construido en la administración Santos y hay otro construido en la administración Duque, ahí deben estar las actas de las discusiones, hagamos un encuentro de discusiones, tratemos de sacar un producto lo más consensuado posible y que la definición la haga un equipo técnico. No puede ser un eterno asambleario, pero hay que escuchar esas voces. Lo más interesante de los museos de memoria no es el resultado final, sino el desarrollo y el debate que nos lleva a esos museos. No hay que asustarse con las discusiones. El Museo del Holocausto en Washington demoró 15 años en establecerse; hoy estamos discutiendo cómo contar la esclavitud, y son cuestiones que no se resuelven de un día para otro. Aquí se está construyendo un museo cuando todavía la muerte, el desplazamiento y el asesinato siguen mostrando su rostro. El museo debería tener más vida por lo complejo y largo del conflicto. Se necesita que pase mucho tiempo para poder mirar en perspectiva. Con mi experiencia en el tema de la dictadura, que es mucho menos complejo que el conflicto colombiano, sentía que nos apresurábamos demasiado porque estábamos todavía en el fragor de esas batallas, se necesita que el tiempo pase para poder mirar con una dosis menor de apasionamiento ese tipo de temas.
Un museo no puede abarcar todas las dimensiones de un conflicto como el colombiano…
Una de las grandes ambiciones que se tienen con los museos es el afán de totalidad. Lo que pasa es que generalmente quien construye un guion narrativo impone una verdad y no está decidido a conceder la posibilidad de rebatirla o contradecirla. Cuando me tocó construir el Museo de la Memoria de Rosario el decreto decía que debía ser de la historia de la dictadura, es decir, del año 1976 al 1983. En Argentina, en los años 74 y 75, bajo un gobierno constitucional, también desapareció gente y hubo exilio y hubo tortura, pero no se podía mostrar eso porque ocurrió durante un gobierno que era afín al gobierno de turno. Pero me pregunté, entonces cómo explico la historia, cómo explico que la dictadura no fue un plato volador que cayó de un momento para otro sobre esta sociedad, cómo explicar este fenómeno político brutal y autoritario.
¿Y cómo lo resolvió?
Yo me burlé un poco, porque hice un museo sin guion histórico. Convoqué artistas para que interpretaran con pequeños dispositivos y ellos abrieron la reflexión para atrás y para adelante. Es decir, yo sabía que no podía hacer una narración histórica, y hubiera tenido que renunciar, pero yo no quería renunciar. En ese momento, 2010, era imposible y sigue siendo imposible hablar de la violencia de las agrupaciones armadas. Cuando uno plantea esto en Argentina, es acusado de justificar a los militares. Yo lo que quiero entender es por qué una sociedad, en el año 76, celebra con alegría que venga el poder militar a establecer un orden a una sociedad diezmada por la violencia. Había algunas certezas: los desaparecidos, los centros clandestinos de detención, el secuestro, la apropiación de los niños, de eso no quedaba ninguna duda, pero quedaron otras preguntas abiertas. No es un museo completo.
¿Nos estamos apresurando para construir un museo cuando el conflicto sigue tan activo?
Si tengo el mandato de construir un museo, pondría mis fichas en eso, pero no desconocería los esfuerzos de los memoriales que hay a lo ancho y a lo largo de Colombia. Iría a Granada y buscaría a la gente del Salón del Nunca Más, iría a San Carlos, buscaría a las mujeres de Mampuján, a tantos lugares a preguntarles en qué les puedo apoyar, esos pequeños emprendimientos de memoria son muy significativos.
¿Tenemos procesos de negociación andando y hay todavía memorias por escuchar?
La negociación con el ELN no se ha concretado, no todos los grupos han hablado y tampoco todas las víctimas, como lo vimos estos días. Entiendo la ansiedad que tenemos para que estas historias no se olviden, no sean sepultadas. Hay otros dispositivos de memoria que son valiosísimos. No hay que apresurarse con los museos, porque estas tensiones son propias de una sociedad en la cual el conflicto sigue pasando.